El Santuario de Nuestra Señora de Dulcis, en Buera, construido a mediados del siglo XVII, y declarado como BIC (Bien de Interés Cultural) en el año 2002, fue edificado sobre la base de un pequeño templo románico del siglo XIII, siendo dependiente de la cercana Colegiata de Santa María de Alquézar.
El primitivo templo debió de quedarse viejo, pequeño para la gran afluencia que soportaba, melancólico y oscuro; y por ello, en el año 1658 se emprendió la construcción del nuevo santuario, que ha llegado hasta nuestros días. El siglo XVII, especialmente en Aragón, fue época de crisis política, económica, hambrunas, epidemias y guerras. Ante tantas penurias, un hondo sentimiento de religiosidad llevará a las comunidades a asumir los gastos en la construcción de nuevos templos, capillas y oratorios.
En este contexto debe interpretarse la construcción del Santuario de Dulcis, y así se muestra en las dificultades económicas que se hubieron de superar para finalizar las obras. Un ejemplo de ello fue la solución adoptada por las mujeres del lugar para donar el dinero proveniente de la venta en los mercados de los huevos, que pusieran las gallinas los sábados, y así poder financiar las obras del templo, que se concluiría en 1664.
Actualmente la iglesia se levanta exenta, ya que los edificios que conformaban la 'Casa' con las dependencias de la comunidad y la hospedería fueron demolidos, quedando sólo algunos paramentos de sillar y la cisterna o aljibe donde se recogía el agua de lluvia, todo ello junto a la fachada sur del templo. Precisamente en el primer tramo de la nave de este muro, junto a la capilla, se abría uno de los accesos al interior, en arco de medio punto dovelado. También son visibles algunos de los contrafuertes originales de la fachada. La casa proporcionaba habitación al Prior y capellanes, y era utilizada como hospedería para peregrinos y viajeros por la Comarca del Somontano. Constaba de cuatro plantas. En la planta baja tenía bodega, lagar con tres cubas de vino y una cuadra espaciosa.
Exteriormente, muestra un aspecto sobrio y austero, sin ornamentación propio del barroco aragonés, debido a las dificultades económicas del momento los materiales elegidos para la construcción son austeros: generalmente ladrillo y escaso uso de la piedra sillar. Sin embargo, el interior del templo ofrece una decoración de yesería de tradición mudéjar, que es lo más sobresaliente de esta iglesia. Dulcis es uno de los edificios más completos y espectaculares decorados con este tipo de ornamentación, que se impondría en Aragón después de 1610. La fachada norte ha sido revocada con cemento y cal, dejando visibles las esquinas, el basamento de sillar y cuatro zonas en la parte alta donde se aprecia el aparejo original de ladrillo. Se completa esta fachada con tres contrafuertes.
La fachada está compuesta por dos cuerpos: el inferior con basamento de piedra sillar ligeramente resaltado, y el superior realizado en ladrillo. La separación entre ambos se realiza con una imposta de ladrillo aplantillado en cuarto de bocel y una hilada del mismo material en saledizo. Todavía se aprecian en la zona de ladrillo los mechinales que fueron tapados en alguna anterior restauración.
Sobre el tejado a doble vertiente cubierto con teja árabe, únicamente sobresale el volumen octogonal de la linterna de la cúpula del presbiterio realizada en ladrillo, donde abre un vano en arco de medio punto en cada lado entre pilastras que sobresalen en las esquinas.
La entrada principal se sitúa en la fachada de los pies, orientada al oeste, única realizada enteramente en piedra sillar. En el centro abre la portada en arco de medio punto dovelado, sobre el que se coloca una hornacina avenerada. En la parte superior está el óculo que ilumina la nave desde el coro, completando la composición de la fachada.
Al entrar en el templo se pasa bajo el sotocoro que soporta el coro alto, sobre amplio arco carpanel. Lo primero que llama la atención es un pilar colocado en el centro de la nave y que sirve para garantizar la estabilidad de la nave en esta parte de la bóveda.
La iglesia es de una sola nave cubierta con bóveda de lunetos y dos capillas laterales a modo de crucero. Los tramos de la nave se separan por pilastras de escaso relieve adosadas a los muros, que se prolongan en altura mediante arcos fajones o perpiaños que ciñen la bóveda y la dividen en sus cuatro tramos. Una cornisa a modo de entablamento y que va adaptándose en su recorrido a los avances de las pilastras, decorada con dentículos o dentellones, recorre toda la longitud de los muros, incluidos los laterales del presbiterio. Mediante esta solución se crea desde los pies de la nave una perspectiva que lleva a dirigir la mirada instintivamente hacia el punto focal más lejano: el presbiterio, de planta cuadrada, cubierto con cúpula sobre pechinas provista de linterna y a su lado norte se adosa la sacristía. El elemento más destacado de este edificio es la magnífica decoración interior de yeserías en: bóveda de cañón, arcos fajones, arcos torales, cúpula del presbiterio y capillas laterales. Dos repertorios ornamentales diferentes se conjugan en Dulcis; de un lado, los de clara raigambre mudéjar, que se ubican en la bóveda de la nave, capilla del lado sur y algunos elementos de la decoración del presbiterio, como el entrelazo y las estrellas; de otro, los de carácter 'más barroco', de filiación clásica y occidental, como los que se hallan en la capilla del lado norte y en otras zonas del presbiterio. La técnica para el tratamiento del yeso, es mixta: combina la talla y el molde. Partiendo de una red esbozada y marcada previamente sobre los planos de yeso fresco de la bóveda, se procede a la talla de los lazos o cintas, que se entretejen formando diseños geométricos. En los huecos que deja esta red, se aplican motivos elaborados a molde. Esta conjugación de estilos consiguen crear un espacio dotado de una gran plasticidad y movimiento.
La nave se estrecha al llegar al arco triunfal por el que se accede al presbiterio. Este estrechamiento se produce por una pilastra doblada y por el avance de las jambas del arco hacia el eje longitudinal de la nave. Este avance viene dado por la necesidad de compensar el peso que debe soportar este arco, que no puede distribuirse como en los otros tres torales mediante su apoyo en los muros.
Los paños que decoran la bóveda ofrecen un repertorio ornamental sumamente variado: todos ellos son diferentes. Los paneles presentan una decoración seriada, susceptible de ser prolongada hasta el infinito. Las estrellas con las que han sido cubiertos estos paneles simulan la bóveda celeste. La luz natural y, más aún la de las velas, produce la sensación de que la bóveda ha perdido su consistencia sólida, generando un espacio fluido e inmaterial, efecto éste que viene potenciado por la utilización de la bicromía blanco-crema.
Esta bicromía contrasta con la de blanco-gris que es aplicada en el presbiterio, en donde además de la utilización de ornamentación de tradición mudéjar, se utiliza el repertorio clásico. Otro elemento que redunda en la singularización de este espacio, es el tratamiento de la luz natural. Mientras que la nave, iluminada sólo por el óculo abierto a los pies, queda en penumbra, la luz que penetra a chorro por la linterna de la cúpula, ilumina vivamente el presbiterio.
La decoración con yeserías de lazo, supuso una auténtica moda ornamental en todo Aragón en el siglo XVII, pero pocas de estas obras alcanzan la perfección y la calidad técnica de la que hicieron gala los maestros que trabajaron en Santa María de Dulcis.
Las yeserías de Nuestra Señora de Dulcis son por su estado de conservación y por su riqueza decorativa un raro ejemplo de arte barroco aragonés de estilo mudéjar junto a una de las capillas de La Seo de Zaragoza, y las iglesias altoaragonesas de Juseu y Peralta de la Sal. Estas bóvedas de yeserías han recuperado el esplendor de antaño tras haber sido restauradas recientemente.
La restauración ha permitido completar la reforma del resto de las yeserías del templo, así como la consolidación de paredes, carpintería, alumbrado y suelo. La actuación se ha completado con la urbanización del exterior, el merendero, la fuente y la señalización para el turismo del ‘Bosque de los olivos’, representativo de la importancia que tiene este cultivo en la zona. Los nombres de las variedades de olivas que se dan en este bosque son: Royal, Negral, Alía, Alquezara, Gordal, Cerruda, Alquezrana, Neral, Piga, Arbequina, Blancal, Panseñera, Verdeña y Empeltre.
La ermita de Santa María de Dulcis es centro espiritual de primer orden de la Comarca del Somontano, y lugar tradicional de romería a principios de mayo y al que acuden vecinos de Buera, Alquézar, Radiquero, San Pelegrin, Colungo, Asque y Huerta de Vero. La tradición de venerar a la Virgen en este lugar, en el que se apareció, se remonta al siglo XII. Las primeras noticias documentales que se poseen del lugar, son de esta época y aparece con el nombre de "Ocis", "de Ozis" y "d’Ulcis", para posteriormente derivar en el término Dulcis, con el que hoy se conoce. Se sitúa en un plano en el que abundan las aliagas, el romero y el tomillo y son numerosos los panales de abejas en sus alrededores, y a partir del cual, surgirá la leyenda popular que tras la expulsión de los moros de estas tierras durante la reconquista, se apareció la Virgen sobre uno de aquellos panales de miel, en el lugar que hoy se venera su imagen.
Este lugar también tiene un alto valor etnográfico, debido a su vinculación con el cultivo del olivo. La tradición popular otorga a la Virgen de Dulcis propiedades de curación y protección frente a enfermedades relacionadas con la garganta. Hoy todavía se conserva la tradición de ungir la lengua a los niños con aceite del santuario para que aprendan a hablar pronto y sean locuaces. También se conoce de peticiones para la curación de enfermedades tan curiosas como el garrotín, viejo nombre de la difteria.
Reloj solar
Los visitantes de Buera, sus vecinos y aquellos amantes del contacto con la naturaleza y el patrimonio ya pueden perderse por los alrededores del santuario de Santa María de Dulcis o por el 'Bosque de los Olivos' sin el temor de que se les eche el tiempo encima. Un gran reloj solar marca las horas a la antigua usanza del medio rural proyectando la sombra del astro rey sobre doce olivos plantados entre la ermita y el bosque formado por todas las especies olivareras que se cultivan en la comarca del Somontano.
Se trata de un reloj de sol horizontal de grandes dimensiones, con 20 metros de largo por 14 de ancho y 11 metros de mástil. La singularidad radica en que cada una de las horas que marca coincide con un olivo de una variedad de la comarca del Somontano.
La creación de este reloj solar ha sido un trabajo de colaboración conjunto entre el Museo Ca l'Agustí de Alpicat, el Torno de Buera y la Asociación Olearum donde el equipo humano ha sido fundamental para su realización. El diseño ha sido realizado por Agustín Serés y en su construcción ha participado también Mariano Lisa, ambos miembros de Olearum.
Con la instalación de este reloj se pretende rendir un nuevo homenaje al olivo donde el tiempo parece detenerse, y a sus gentes, aquellas que con su esfuerzo, y sacrificio permiten que las generaciones futuras le vean crecer.
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El Santuario de Nuestra Señora de Dulcis, en Buera, construido a mediados del siglo XVII, y declarado como BIC (Bien de Interés Cultural) en el año 2002, fue edificado sobre la base de un pequeño templo románico del siglo XIII, siendo dependiente de la cercana Colegiata de Santa María de Alquézar. El primitivo templo debió de quedarse viejo, pequeño para la gran afluencia que soportaba, melancólico y oscuro; y por ello, en el año 1658 se emprendió la construcción del nuevo santuario, que ha llegado hasta nuestros días. El siglo XVII, especialmente en Aragón, fue época de crisis política, económica, hambrunas, epidemias y guerras. Ante tantas penurias, un hondo sentimiento de religiosidad llevará a las comunidades a asumir los gastos en la construcción de nuevos templos, capillas y oratorios.
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